Regalo sorpresa
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Publicado originalmente en Blog: Travesuras de Cristal amor incondicional en fecha 25 de Diciembre del 2017
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Del Campo a la Ciudad
Para: Pablo,
Terry y Marambra
De:
Libertad
Hace ya cuatro largos meses que Santino vivía
sólo con su padre, Román, antes, vivían en el campo, en una hacienda ganadera
junto a sus abuelos donde su padre también trabajaba. El trabajo en la hacienda
era demandante, por lo que Román estaba ocupado desde temprano hasta que caía
la noche, atendiendo el cuidado de los animales o realizando tareas
administrativas. Era lo mismo para todos los que estaban allí, su abuelo y varios
empleados, algunos que habitaban los barracones y otros que venían a cumplir
con su trabajo durante el día y luego se retiraban a sus casas para convivir
con sus familias.
En
la hacienda, Santi era cuidado mayormente por su abuela, aunque a decir verdad,
Román siempre estuvo muy presente en su crianza, trabajaba mucho, eso era
cierto, pero al hacerlo mayormente dentro de la propiedad, podía tenerle un ojo
encima y compartir momentos aquí y allá con su amado hijo; Laura, la madre de
Santino, los había abandonado cuando este era todavía muy pequeño y nunca
volvió, al quedarse sólo con la responsabilidad de criar a un pequeño de dos
años, Román decidió volver al campo con su familia donde podría contar con su
apoyo y ver crecer a su pequeño en un ambiente más seguro y saludable que en la
gran ciudad. Con todo, fue un gran cambio en su vida, pero no estaba dispuesto
a dejar a su hijo en manos de extraños durante todo el día, ya que él tenía la
necesidad de trabajar para mantenerlos y allí no contaba con familiares o
amigos cercanos en los que poder apoyarse.
El
cambio de aire les vino muy bien a ambos y Santi creció siendo en niño alegre y
curioso, era algo menudo para su edad, pero atlético y saludable; siempre
sonreía y esa sonrisa brillaba en sus ojos, su abuelo orgulloso solía decir que
su Tinino no sonreía con la boca sino con el alma. Santi disfrutaba de los
animales, del sol, de la libertad de poder correr por el campo donde los
peligros no acechaban en cada esquina incluso cuando era un niño pequeño, también
disfrutaba de su abuela que lo malcriaba y de su abuelo que aunque tosco y
serio lo adoraba y consentía. Incluso su padre era feliz pese a lo agotador del
trabajo.
A
sus 13 años, su papá lo llamó para tener “una charla seria de hombre a hombre”,
sus propias palabras, no las de Santi que aún reía al recordar el gesto adusto
de su padre al decirlo, Román le contó a su hijo que había recibido una oferta
laboral fuera de la hacienda, lejos de la hacienda en realidad, en la ciudad. A
Santi se le estrujó el corazón al pensar que su padre se iría, pero ese no era
el plan de su progenitor, Román le explicó que era una oportunidad importante
para él, una oportunidad para volver a ejercer como publicista, para lo que
había estudiado y se había esforzado tanto, hasta que decidió abandonarlo todo
para ofrecer una mejor crianza a su hijo hace tantos años. Román quería que
Santi accediera a ir con él a la ciudad, que aceptara gustoso el cambio de vida
que implicaba y lo acompañara dejando a todo (y a todos) lo que conocía atrás.
No le estaba preguntando tampoco, ya había aceptado el trabajo e iniciado los
planes para mudarse con su hijo en menos de un mes. Pero prefería que Santi lo
aceptara por gusto y no por obligación.
- Amo la hacienda, hijo, realmente amo estar aquí contigo y los abuelos – explicaba seriamente Román – y la hacienda siempre estará para nosotros, para que podamos visitar a los nonos y a los amigos cuando querramos… eventualmente podríamos decidir volver aquí y dirigir la hacienda cuando el abuelo lo necesite – hizo una pausa y suspiró cansado, realmente quería que Santi entendiera sus motivos y lo apoyara en su decisión, lo último que quería era que se sienta traicionado y deprimido – pero mi padre todavía es joven y puede manejar el trabajo sin problemas y yo siento que si no aprovecho esta oportunidad nunca podré volver a ejercer mi carrera – por momentos pensaba, que diablos hago explicando tanto tecnicismo – al menos no en una posición donde pueda seguir creciendo y progresando, tengo miedo de nunca saber hasta dónde podría llegar por mi cuenta… y por eso te pido que lo entiendas y que lo hagamos juntos, vos y yo, de nuevo en la ciudad
Y
era cierto, Román estaba agradecido con sus padres y amaba la vida del campo pero
sentía que nunca pudo realizar sus sueños y desarrollarse laboralmente por su
cuenta, ya que cuando quedó sólo con un pequeño Santi a su cargo, optó por
abandonar sus proyectos para aceptar la ayuda de sus padres con la crianza del
niño. No se arrepentía ya que por entonces lo consideró necesario y ver crecer
sano y feliz a su hijo, le demostró que la decisión fue acertada en su momento.
Pero… ahora Santi era más grande y él tenía una nueva chance de intentar hacer
su propio camino sin depender de sus padres.
Santi
entendía. Siempre supo que a su padre le encantaba la publicidad, el sabía que
incluso cuando este dedicaba la mayor parte de su tiempo a tareas completamente
ajenas a su profesión, Román seguía dedicando mucho esfuerzo en aplicar sus
conocimientos para ganar un renombre para la hacienda y asegurar que sus reses y
varios productos derivados, fueran
asociados con altos estándares de calidad. Mucho tenía que ver con la
administración del campo, pero también era importante el trabajo de Román para
promocionarlo y había ayudado a que la hacienda de su familia creciera año tras
año, tanto con su trabajo físico como con sus esfuerzos por volverla más
rentable y reconocida.
Por
su parte Santino era muy feliz con su vida en el campo, disfrutaba ayudar con
los animales, le encantaba compartir tiempo con sus abuelos y con los peones,
pasar las tardes de verano en el río con los hijos de los empleados o cocinar
con su nonita probando todo lo que ella preparaba y escuchando sus anécdotas de
juventud y la verdad era que no quería dejar todo eso atrás, no quería dejar a
sus amigos y familiares; no recordaba nada de su vida previa a la hacienda,
pero había escuchado mucho de los mayores y no quería vivir en un asfixiante
departamento, ni tener que acostumbrarse a cerrar las puertas con llave para
evitar que alguien con malas intenciones tomara lo que no era suyo, eso no
pasaba en el campo, allí todos trabajaban mucho, incluso los niños en su
medida, pero esas cosas no molestaban a Santi para nada. La ciudad lo aterraba,
pero él no quería frustrar los planes de su padre así que decidió morderse sus
deseos y apoyarlo sin rechistar.
- Está bien papá, yo te apoyo. Seremos tú y yo contra el mundo – dijo sonriendo con esfuerzo para esconder su pesar y arrojándose a los brazos de su padre para darle un abrazo apretadito, con los ojitos húmedos de la emoción contenida
Santi
era sumamente empático y sensible, no en un sentido quejumbroso ni demandante
sino, por el contrario, poniendo por naturaleza los sentimientos ajenos
generalmente por delante de los propios, no era para nada caprichoso. Si en
algo su mayor defecto, era ser por demás confiado y optimistamente soñador. Con
su familia creció en un ambiente alegre y amoroso, donde unos se preocupaban
por los otros como moneda corriente, por lo que su dulzura innata no lo
enfrentó jamás a un verdadero peligro. Todos en su entorno, en mayor o menor
medida, cuidaban por el bienestar de Santi así como él se preocupaba por ellos.
Era un lindo equilibrio. Ahora debía hacer un gran esfuerzo para apoyar a su
padre ya que con este cambio perdería este apoyo constante de sus seres
queridos.
Habían
pasado ya cuatro meses en la ciudad, cuatro meses en que pudo conocer las
ventajas de vivir entre rascacielos, restaurantes, centros comerciales y
escuelas a las que asistían cientos de alumnos. Cuatro meses que le sirvieron
para comprender que nunca dejaría de extrañar la vida tranquila, relajada y de
agotadoras tareas a la que estaba acostumbrado, tiempo en el que pudo
comprender que sus amigos del campo y él mismo eran demasiado “simples” en
comparación con sus compañeros de escuela que no podían ser felices sin estar
mirando la pantalla de un teléfono, o sin tener la ropa y juguetes que
resultaban tan imprescindibles esta semana como descartables e inapropiados en
las siguientes. A Santi todo esto le
parecía totalmente intrascendente, superficial incluso, pero lo cierto es que
su forma “simple” de ser le dificultaba hacerse de amigos y encajar. Se sentía
como un sapo de otro pozo.
Román
por su parte se adaptó maravillosamente, en su trabajo lo tenían en gran estima
e incluso ya había conseguido dos cuentas importantes para la firma. Trabajaba
mucho, pero también amaba y se preocupaba mucho por su hijo, por las mañanas
ambos partían para su trabajo y escuela respectivamente y por la tarde Santi se
quedaba con una señora que lo cuidaba hasta que su padre saliera del estudio,
Román hablaba mucho con su hijo cuando llegaba a la casa, por lo general
mientras cocinaban o veían un programa en la tele, sabía que a su hijo le estaba
costando más adaptarse, pero estaba convencido que era cosa de chicos y que
sólo le llevaría más tiempo. Román era feliz en la ciudad y se sentía poderoso,
independiente, como no lo hacía desde hace años.
Una
tarde, cuando ante sus preguntas insistentes Santi se abrió y le contó con los
ojitos llenos de lágrimas que en el colegio todavía no había hecho amigos,
porque los otros niños lo consideraban un “bruto del interior, sin ambiciones”,
él le explicó que eso era porque sus gustos por el aire libre, los días de sol
y las tardes en el río eran demasiado “simples” para estos niños de ciudad
acostumbrados a, materialmente, tenerlo todo y no le dio mayor importancia ya
que su niño era un ser hermoso que a sus ojos sólo necesitaba más tiempo, para
que los otros jóvenes lo conocieran y, entonces, matarían por pasar tiempo con
su Santi; por su parte Santino entendió entonces que por ser un bruto del campo
sus gustos eran demasiado simples, sin encantos ni ambiciones… esto no lo
tranquilizó mucho, ni lo hizo sentirse menos sólo, pero al menos entendió que
si quería encajar, tendría que cambiar.
Y
en parte por eso fue que se metió en el problema en que se encontraba ahora.
Todo
empezó diez días atrás cuando su padre llegó feliz de su trabajo con una
bolsita roja muy coqueta que le entregó con una sonrisa de oreja a oreja.
- Un regalo, toma – dijo Román entregándole la pequeña bolsa a su hijo con una sonrisa cómica, Santi enseguida agarró el paquete intrigado, feliz sin saber que contendría, simplemente porque la felicidad que irradiaba su papá le resultaba contagiosa y con dedos hábiles destrozó el envoltorio hasta quedarse con una caja en la mano.
- ¡Un teléfono! – gritó emocionado mientras terminaba de sacar los accesorios y armarlo
Santino
nunca antes tuvo un celular, posiblemente porque en la hacienda no le hacía
falta, ninguno de sus amigos tenía uno allí, y ahora que se mudaron por el
contrario, descubrió que era el único en su curso que no tenía un teléfono
propio, un teléfono que parezca una extensión de su mano como la de sus
compañeros, ya que nunca se desprendían de ellos si podían evitarlo. Él no le
había pedido uno a su padre, no porque no pudieran permitírselo, sino porque
todavía no entendía para que podría ser tan necesario. Como los amigos que dejó
atrás no tenían celulares y en la ciudad no hizo nuevos amigos, no tenía
demasiado sentido para él tener su propio teléfono, podría llamar a sus abuelos
y amigos a través del teléfono de línea sin problemas. Igualmente recibir el
regalo lo puso muy feliz, podría cargarle juegos y conectarse al chat sin
necesidad de estar frente a su computadora y por sobre todo, ya no se sentiría
raro por ser el único que no tuviera uno en el colegio aunque se suponía que no
podían utilizarse allí.
Román
le encomendó que lo mantuviera cargado por seguridad y que lo cuidara bien
además de no darle un uso indebido… como sacarlo en clases, hacer llamadas sin
límite, ponerse en peligro exponiéndose en redes sociales, etc. La verdad es que su padre confiaba en Santi y
no estaba preocupado. De hecho, estaba más feliz que su propio hijo por el
regalo, ya que no entendía como podía haber pasado tanto tiempo sin pedirle que
le comprara uno.
Poco
le tomó a Santi entender que el teléfono que recibió, no era un simple teléfono
sino una llave a una vida social que hasta ahora le fue negada. Cuando sacó el
aparatito en el colegio durante el recreo, para matar el tiempo jugando con una
aplicación, descubrió que ese objeto atraía niños como la miel a las moscas.
Primero fue uno y pronto eran varios los que se acercaban para elogiar el
modelo o curiosear, con frases como: “yo le pedí a mi papá que me comprara uno
igual pero el tacaño me dijo que el mío estaba bien y me aguantara” o “¡Tuviste
suerte! yo lo tengo en verde porque no conseguí esa carcasa azul que mola!”
Casi
sin darse cuenta Santi estaba hablando en el recreo con sus compañeros, sonreía
como loco porque después de tanto tiempo ¡no esperaba que eso fuera a suceder y
al final del primer día tenía cuatro contactos en WhatsApp, de compañeros que
incluso le escribieron después de clases, y formaba parte de un grupo con todo
su curso… aunque este último era un poco estresante porque no terminaba de
entender el tipo de humor que compartían.
Con
el paso de los días y el contacto con otros chicos de su edad, Santi empezó a
ir entendiendo “la onda” del grupo y a tratar de mimetizarse, los chicos no
estaban tan mal y aunque todavía no terminaba de entender o compartir la
mayoría de sus intereses, era innegable que tener amigos de nuevo se sentía como
estar en el cielo. Había sufrido mucho estando tan solo.
Un
día estando en el colegio, Santi recibió una nota de su profesor que debía
llevar firmada por su padre al otro día, si bien estaba preocupado porque se
enojara, realmente no era algo que lo tuviera muy preocupado, todo el curso
había recibido la misma nota, por haberse negado a confesar quien fue el
responsable de tirar un proyectil de papel que impactó con fuerza en la nuca
del profesor de matemáticas durante la clase, proyectil que no había arrojado
Santi y que en defensa de Pablo, el susodicho responsable del tiro, no estaba
dirigido intencionalmente hacia el profesor sino hacia su compañero de banco
que lo esquivó en el momento justo.
Ya
en casa, antes de cenar con su padre mientras conversaban sobre sus días, Santi
no dudó en mostrarle el cuaderno con la nota y explicarle la situación.
Esperaba que su papá entendiera que en realidad no fue su culpa.
- Necesito que por favor la firmes o no me van a dejar entrar mañana – concluyó Santi bajito, Román no estaba feliz con que su hijo trajera una nota de ese tipo, pero para ser honesto tampoco estaba demasiado enfadado, aunque debía reprender a su hijo, sabía que le había costado mucho integrarse con sus compañeros como para ser quien acusara al responsable quedando como el chivato del curso. Era una cosa de chicos y Santi no solía meterse en demasiados problemas, de todos modos mantuvo su rostro serio mientras pensaba cual era la mejor forma de actuar.
- Esto no me gusta Santi – dijo tomando una birome y firmando la notificación – acá dice que es una llamada de atención por conducta y que la próxima vez no habrá una notificación sino una suspensión o detención después de clases según aplique a la falta – agregó serio mirando a su hijo
- Pero yo no hice nada, papá. ¡No me podés pedir que sea un soplón!, además, Pablo tampoco quería que el papel le pegara al profe – agregó intentando justificarse
- Yo creo que cada uno tiene que hacerse responsable de las travesuras que hace Santi y no me mires con esa cara – claro que fácil para él decir eso en la comodidad del sillón pensó Santi desconfiado – no te estoy diciendo que te culpe por ser leal y no acusar a tu compañero cuando no asumió su responsabilidad como debería haber hecho – pues por la manera que lo decía parecía que si lo estaba culpando, solo que su padre no se dio cuenta de eso – pero, cuando decidieron callarse y no decir nada, todos tomaron la decisión de que no habría ningún culpable o, más bien, que todos serían un poquito responsables por lo que pasó, ya que dudo mucho de que alguno vaya a decirle a su padre “yo fui el que le pegó al profesor en la cabeza”
- ¡Pero yo no podía hacer nada, papá! No podía acusarlo ni evitarlo, entonces vos no te podés enojar conmigo – Román pensó el argumento por un momento sopesando sus opciones, por un lado no quería ser duro con Santi porque sabía que no lo merecía, por otra parte, quería que aprendiera a responsabilizarse de sus decisiones y que entendiera que traer una nota de ese tipo era cosa seria… No sabía qué hacer, hasta que se le ocurrió el castigo perfecto: le quitaría el teléfono a su hijo por unos cuantos días, si bien era imposible no notar lo apegado que estaba al aparato, él nunca le había pedido que se lo comprara e imaginó que prescindir de el por unos días no sería algo tan terrible
- Santino, después de comer quiero que traigas tu teléfono. Te lo voy a confiscar hasta el domingo – lo que Román no se esperaba es que Santi se pusiera todo rojo y le replicara
- NO, no podés ¡Yo no hice nada!
- Santi, trajiste una nota por mala conducta y no te lo estoy preguntando, es un castigo – le explicó todavía en calma, aunque sorprendido por la reacción de su hijo
- ¡NOOOO! Es mío y no hice nada ¡Es injusto y no te lo voy a dar! – lo último lo gritó parándose y enfrentando a su padre, Santi agarró el celular de la mesada de la cocina y se giró para irse a su cuarto, cuando su padre lo agarró del brazo y se lo arrebató
- ¿Pero qué te pasa? ¿Encima que traes una nota y te doy un castigo suave te pones así? – le pregunto sorprendido pero tratando de calmarse – sentate a la mesa que ya está la comida y no te metas en más problemas Santino, que ya me estoy enojando enserio – advirtió cogiendo el teléfono de su mano
- Dámelo, papá ¡Es mío! – volvió a gritarle esta vez tratando sin éxito de arrebatar el celular de manos de su padre
- No, y se terminó… Seguí así y no vas a ver el teléfono por dos semanas – lo amenazó intentando dar por finalizada la escena
- ¡Andáte al carajo, malo! – le gritó en plena cara a su padre
Román
no lo podía creer, Santi jamás le había faltado el respeto de esa manera. Ahora
sí que estaba cabreado y esto no lo iba a permitir; miró a su hijo que estaba
rojo de rabia e impotencia, pero era evidente que luego de decir lo que dijo se
había dado cuenta de la metedura de pata tan grande que cometió. Lo veía
retorciendo inconscientemente las manos en la tela del pantalón y con los
ojitos cargados de lágrimas contenidas.
- ¡Perdón, papá! Yo no quise – era obvio que el arrebato de bravura se le había pasado y ahora estaba empezando a desesperarse
- Subí a tu cuarto – y Santi salió corriendo, asustado, para obedecer a su padre
Ni
bien entró a su habitación Santi se sentó en la cama mientras las lágrimas de
bronca y temor se escapaban incontenibles, no entendía como cometió una
estupidez tan grande como para llegar a insultar a su papá, sí, lo entendía;
fue un arrebato de bronca… pero de verdad que no quiso hacerlo. Y ahora su papá le iba a pegar, estaba seguro
de eso, no es que no se lo mereciera pero aun así lo temía.
Su
papá en raras ocasiones lo había azotado, sólo cuando la falta era muy grande y
cometida a consciencia y como Santi no era de meterse en demasiados líos eso
sucedía muy pocas veces. Pero Román no permitía faltas de respeto, eso lo sabía
bien e incluso se había llevado unas cuantas nalgadas siendo más pequeño por
haberlo llamado “boludo”. En ese entonces Santi tenía 8 años y no lo dijo como
un insulto sino por imitar a los hijos del capataz que se llamaban de esa forma
todo el tiempo. Román lo supo todo el tiempo por lo que no estaba demasiado
enfadado, pero aun así creyó pertinente grabarle la lección al mocoso
calentándole bien el culo a fuerza de nalgadas. Santi tragó el nudo en la
garganta mientras recordaba el picor. Ahora era más grande y sabía lo que decía…
puede que se le haya escapado, pero no tenía dudas que su papá se lo iba a
hacer lamentar en grande. Siguió sollozando bajito un ratito hasta que sintió
los pasos de su padre en la escalera. Estaba sonado.
Román
entró al cuarto de Santi con un gesto serio. Se había tomado unos minutos para
que se le fuera el enfado. Él no aceptaría que le hablara de esa forma y no
dudó por un instante en que iba a marcar a consciencia su posición en el
trasero de su hijo. Pero no quería pegarle con ira y lastimarlo. Así que esperó
que se le pasara un poco la bronca, tratando de recordar el buen hijo que era
Santi el 99% del tiempo, antes de subir a arreglar cuentas. Ya más calmado, ver a Santino llorando en
silencio sentado en su cama, abrazándose las rodillas, lo conmovió.
- ¿Pero qué te pasa, Santi? ¿Cómo se te ocurre hablarme así?
- Perdón – apenas se las arregló para contestar Santi en voz baja, mientras las lágrimas seguían cayendo
Román
suspiró. Hubiera preferido hablar y aclarar las cosas primero, tratar de
entender por qué su hijo reaccionó de esa manera antes de castigarlo. Porqué
sí, quería hablar, pero del castigo no se salvaba. Pero viéndolo tan acongojado
y asustado no había forma de exigirle que tuvieran una charla a la altura de la
situación. Conocía a su hijo, no podía dejarlo esperando más o seguiría
angustiándose. Era mejor terminar de una vez y luego conversar más tranquilos
para tratar de entender.
Se
sentó en la cama junto a su hijo y pasó una mano entre sus revueltos risos
castaños acariciándolo para transmitirle algo de tranquilidad.
- Vení acá, Santi. Vamos a terminar de una vez – Dijo Román a la vez que se desabrochaba el cinturón negro que llevaba.
Santi
al ver como Román se llevó las manos al cinturón sintió que se le iba todo el
aire y las piernas se le volvían de gelatina. Le iba a pegar con eso. Sólo una
vez le había pegado con eso. Había pasado ya más de un año desde esa fatídica
ocasión y el cinturón todavía le aterraba, no creía que pudiera haber algo
peor. Sabiendo que no debía enfadar más a su papá, se acercó para quedar de pie
temblando delante de este.
Román
por su parte pensaba pedirle que se bajara el pantalón, pero al ver el manojo
de nervios sollozante y tembloroso que era su hijo ahora, tan distinto del
mocoso rojo de ira que lo había mandado al carajo hace unos minutos, se apiadó
y decidió hacerlo él mismo. Bajándole los pantalones de gimnasia junto a los
boxers hasta las rodillas en un único movimiento.
- Sobre mis rodillas – cómo pudo Santi obedeció la orden, quedando cruzado sobre el regazo de su padre, con medio cuerpo sobre la cama, las piernas trabadas por los pantalones y ropa interior a medio bajar colgando hacia el piso y el culo en pompa ofrecido a su verdugo, Román sin más preámbulos pasó su mano izquierda por la espalda baja de su hijo para levantar un poco su camiseta y a la vez de brindarle algo de tranquilidad con su caricia, y empezó el castigo con golpes fuertes desde el principio – PLAF PLAF plaf plaf plaf – cayeron cinco golpes certeros y sin pausas en el centro de cada mejilla. Santi apretaba los dientes y se sacudía un poco por el llanto, pero Román estaba seguro que no era por el excesivo dolor ya que había comenzado desde mucho antes de que el castigo iniciara.
- No podés hablarme de esa forma hijo PLAF PLAF PLAF PLAF PLAF – cayeron esta vez sin contemplaciones sobre las flexuras – Te PLAF enseñé PLAF mejor PLAF que PLAF eso PLAF – puntuó cada palabra con un azote para marcar mejor el punto. Para entonces Santi no aguantó más y empezó a quejarse y retorcerse un poco para tratar de calmar el escozor y esquivar los golpes
- Ayyyyy ya nooooo
- plaf plaf plaf plaf plaf Intenté ser suave por lo de la nota, pero no me dejaste plaf plaf Ahora esto es un castigo que te ganaste a pulso hijo y aunque me duela, no va a terminar hasta que no crea que aprendiste esta lección para que no tenga que repetirla PLAF PLAF PLAF
- Ya papá snif perdoooooon – cuando se detuvo, el trasero de Santi ya estaba bien encendido y completamente rojo. Román no tenía dudas de que su hijo estaba haciendo todo lo posible por aguantar el dolor ya que aunque se retorcía un poco, no intentó escaparse en ningún momento. No queriendo prolongar la situación más de lo necesario agarró el cinturón que había dejado a un lado sobre la cama
- Yo no soy uno de tus amigos zass – dejó caer el primero quemando en el centro del trasero de su hijo y dejando una marca que enseguida empezó a enrojecer y ganar textura – Conmigo podés hablar de lo que quieras pero con respeto ¡Pero no me podés mandar al carajo! ¿quedó claro?
- Auuuuu snif sniff ayyy – Santi apretaba los gluteos a cada impacto y se aferraba a las frazadas con fuerza tratando de aguantar. Escuchaba a su padre hablar, pero no podía forzar a su cerebro a responder con sentido lógico
- ¡TE PREGUNTÉ SI ESTABA CLARO! zass – Puntualizó su reclamo con un nuevo cintarazo en la unión entre el muslo y el trasero de su maleducada criatura
- Ahhhhg SIIIIIIII… ¡Sí, papá! Sniff – Santi ya no tenía la menor intención de mantenerse callado, no podía, gemía, gritaba y lloraba a moco tendido con cada azote
- Me alegro Santi, así no vamos a tener que repetir este castigo. Ahora aguanta que ya falta poco
- Noooooooo, papá, ya no más ¡Por favor! Ya entendí, no más –Román lo dudo por un momento, se había propuesto darle 15 cintarazos bien dados para corregir a su hijo. Le parecía un castigo justo, pero no iba ni a la mitad y sabía que Santi no estaba exagerando, ya estaba arrepentido y le costaba horrores lidiar con el dolor. Se decidió a partir la diferencia y darle un cinturonazo por cada año de su hijo, eso sería más que suficiente y ya le había dado dos
- zass – cayeron con fuerza en la unión con los muslos de nuevo. Había decidido que reduciría la cantidad de golpes, pero no la intensidad y que su hijo lo recordaría por un buen rato no pudiendo sentarse sin recordar la lección – zass – nuevamente en la flexura
- Arrhhhg ahhg
- Nunca más Santi ¿entendiste? zass
- Ayyyyyyyyy
- ¿Me entendiste? zass – este cayó con más fuerza, desesperado porque su hijo le conteste para terminar la paliza
- Auuuu por favoooor ya noos nifs nif papaaa
- Te pregunté algo, Santi
- Sí, papá
- Sí, papá ¿qué? – con la demora de su hijo en responder ya estaba a punto de cambiar de opinión y regalarle los dos golpes de gracia que había decidido perdonarle
- Snif snif no seeeee, lo que quieras papá, pero por favor basta – y ahí Román lo entendió, Santi no estaba negándose a responderle, estaba superado por el dolor y la angustia del castigo, por lo que no tenía ni idea de que le había preguntado. Enseguida lo agarró de los brazos para ayudarlo a levantarse, le subió con cuidado la ropa para no avergonzarlo más y lo sentó en sus rodillas
- Shhhhhh ya pasó hijo, ya terminó – le decía entre que le acariciaba la espalda y le revolvía los risos todos revueltos y sudados – no llores más, no fue para tanto tampoco – Santi siguió llorando con mocos y lágrimas por unos minutos antes de poder calmarse un poco y empezar a hablar. Se abrazó fuerte al cuello de su padre y le estaba llenando la camisa con sus mocos y llanto – Tranquilo amor, ya pasó, calmate ¿si?
- Perdón, papá. De verdad que yo no quería… decirte eso – Para Román era imposible mantener el enojo viendo a su hijo tan alterado por el castigo primero y tan arrepentido y avergonzado ahora que había empezado a calmarse
- Ya pasó Tinino – la mirada de Santi volvió a empañarse al oír ese apodo cariñoso que su padre usaba solamente en ocasiones especiales, pero que su abuelo usaba siempre – estás perdonado pero…
- ¿Pero? – preguntó dudoso con un puchero que a Román le pareció de lo más tierno. No es que su hijo fuera aniñado, en reglas generales era incluso demasiado maduro para su corta edad, pero ahora mismo estaba particularmente sensible y en sus gestos se podía ver al niño que todavía era
- Pero ahora que estás más tranquilo, quiero saber por qué reaccionaste de esa forma conmigo – viendo que su hijo no decía nada continuó – Normalmente no eres irrespetuoso ni mucho menos me confrontas de esa manera – Román suspiró – No espero que seas perfecto Santi, entiendo que fue un arranque y ya te castigué así que no hay nada que temer… solamente quiero entender por qué
Y
con eso se abrió la compuerta a los sentimientos y la angustia de Santino.
Román no podía creer que durante todos esos meses hubiera subestimado la
soledad y la angustia de su hijo pensando que las cosas ya se acomodarían con
el tiempo. Santi estuvo muy solo, alejado de quienes lo querían, pasando menos
tiempo con su padre por sus obligaciones laborales, teniendo que adaptarse a un
entorno completamente diferente a lo que conocía y que, para peor, no le
gustaba mucho y sumado a todo eso, sintiéndose incapaz de generar cualquier
tipo de vínculo con los chicos de su edad. Estuvo tan triste y aguantando todo
en silencio para no preocuparlo a él, ahora lo entendía. Y como por arte de
magia ese teléfono que le regaló, le abrió la puerta a que pueda conectar con
otros chicos, a hacer amistades. Eso también lo preocupaba, no le gustaba que
solo lo quisieran por ese aparato, entendía la necesidad de pertenencia de su
hijo, pero le parecía raro como se dio todo.
- Santi, si en vez de carajearme me hubieras explicado algo de todo esto yo podría haber buscado algún otro castigo, no estaba buscando ser severo en ese momento – Santi bajó la mirada y Román lo tomó de la barbilla para hacerle levantar la cabeza y que lo mire a los ojos. Quería conectar con su hijo, que no se esconda de él como lo venía haciendo, que sepa que le hablaba en serio y que estaba preocupado. Que sepa que lo amaba – Mirame, hijo. No te escondas cuando te hablo – dijo dándole un beso en su enrojecida nariz – Si me hubieras dicho algo, podría haberte acompañado mejor y buscar la forma de ayudarte durante todos estos meses… no está bien que aguantes todo solo y callado siempre – Román no sabía cómo expresar lo que quería decir sin meter la pata – Y me alegra de que por fin estés haciendo amigos, nunca creas lo contrario, pero me preocupa que me digas que están con vos por ese aparato de porquería y no por la increíble persona que sé que eres
- Es que no es así papá
- ¿Y cómo es entonces? – realmente quería entender
- Al principio yo creía lo mismo, que para que me hablaran tendría que comprar un montón de cosas y estar a la moda o… estaría solo de nuevo, pensé que era por el teléfono, y lo era pero… no lo era – Román lo miraba confundido y Santi suspiró tratando de expresarse mejor – Sí, el teléfono llamó la atención y por eso se acercaron a mí, lo cual me pareció raro pero como dice el abuelo “a caballo regalado no se le miran los dientes” ¿no? pero entonces empecé a tratar con los chicos y son bastante guays, ya no importa el teléfono… Bueno, sí que importa, porque sin el teléfono estoy desconectado del grupo y me quedo afuera de todo de nuevo creo… pero no es el teléfono en sí, sino yo ¿me entendés? – Roman asintió con la cabeza para que siguiera hablando – Todavía no los entiendo del todo igual, pero me caen bien
- ¿Qué es lo que no entendés?
- A los chicos – murmuro mirándolo – … bueno, a todo. En el campo, con mis amigos, estábamos bien solo por estar juntos haciendo algo o no haciendo nada, acá no, acá todo es más complicado y todavía no termino de encajar… todavía no sé si quiero encajar tampoco… pero sé que no quiero volver a estar solo – y Román lo comprendió, ¿cómo iba a no comprenderlo?, su hijo no estaba hecho para la ciudad, por lo menos no todavía… no hasta que no encontrara algo que de verdad lo atrajera entre todos los estímulos de la urbanización. Pero como todo chico necesitaba amistades, tendría que estar atento para que no volviera a sentirse tan solo y tendría que estar atento para que esa necesidad de pertenecer no lo llevara a cometer locuras impropias en él. Abrazó a su hijo y le dio un beso en la cabeza despeinada
- Vamos Santi, a comer que la cena debe estar helada
Su
hijo le dedicó la primera sonrisa feliz en un largo rato. Estaba feliz de que
su padre lo comprendiera finalmente.
Antes que nadie, quiero agradecerte infinitamente este hermoso regalo Libertad, de verdad, me ha llenado de emoción y cariño tu niño, espero que no sea la primera y unica vez que nos acompañas.
ResponderEliminarPrometo escribir mas seguido de quienes ya se te gustan, este año ha sido un lio para mi
Muy Feliz navidad para ti y toda tu linda familia, que el Niño dios haya derramado sobre ti, toda su amor y su alegria.
Marambra
Muy linda la historia larga y entretenida, un beso y un abrazo felices fiestas pasalo muy bien :)
ResponderEliminarMaryc
Muchas gracias por tus bellas palabras Marambra!! Deseo muchas bendiciones en esta Navidad también para ti y tus seres queridos!!
ResponderEliminarEn cuanto a tus niños -ejmm Tonino ejmm ejmmm- tu tranquila que yo los espero lo que haga falta jajaja... Aparte, para ser honesta, sigo todas tus historias así que siempre encuentro algo tuyo por aquí o por allí para mi deleite :)
Y quien te dice uno de estos días me animo de nuevo y escribo algo más ;)
¡¡Gracias también a ti MaryC y muy Feliz Navidad!! Por cierto, recién acabo de leer el final de tu historia y ahora mismo me voy a comentarte! Besos
Me encanto la historia. Voy a pasar por alto la extraña coincidencia de que el compañero problematico se llame justo igual que yo 77 asi que me voy a abocar al resto.
ResponderEliminarEscribís muy bien, no se porque no te habias animado antes pero me encantó y te digo desde ya que si seguis con esta historia, que dá paea mas, ya tenés un fans en mi.
Adore los argentinismos, no me habia dado cuenta de como los extrañaba aunque vi que te pasa como a mi y saltás del neutro a nuestro lunfardo medio tano. La verdad me inspiraste y capas haga una historia asi, bien argenta para darme el gusto.
Seria exelente que sigas escribiendo asi te meto a los chats y no soy el unico argentino y asi no tengo que explicar todo lo que digo jajaja.
En cuanto al gion de la historia esta de mas decir que em encantó, es atrapante y me dejaste con ganas de saber mas, sobre todo xq habia pensado escribir algo asi pero no me dan los tiempos y abandoné la idea asi que me encantaria ver a este cabecita en tus manos. A ver como nos pintás a los del interior jaja que x lo menos lo que es capital es un lio cuando sos de provincia. Mi primer viaje en subte ni te cuento xq me salio el pajuerano y me colgue viendo una saxofonista en retiro jaja.
Espero que sigas escribiendo.
De verdad me gustaria.
Solo para vos... gracias totales! Jaja
Que hermoso es Santi, me encanta su personalidad, debió ser difícil para él ese cambio repentino. Adore como describiste la historia Libertad, esperamos más relatos como esté.
ResponderEliminarPero que honorazo tu comentario Pablo! Y sí, algunos argentinismos se me escaparon y otros los dejé apropósito como tanteando el terreno jejeje
ResponderEliminarMe encantaría decirte que "Pablo" fue bautizado en tu honor -porque de verdad verdadera me animé sólo para dedicarles algo a ustedes en agradecimiento por lo que escriben... bueno, eso y que estaba estudiando mientras que quería hacer cualquier cosa menos estudiar- pero si lo hiciera mentiría porque le mandé el relato a Marambra justo antes de conocer tu nombre!
Por cierto, acabo de releer el relato por primera vez y tengo que decirle gracias de nuevo a Marambra, esta vez por la edición (no te lo dije antes porque leí todas las demás historias menos la mía!).
Y gracias Nicole a vos también por tu comentario!!! Me encanta saber que Santi se hace querer :)
Wow... me encanto! pobre Santi lo paso muy mal con el cambio me dio penita.
ResponderEliminarNo se si esta en tus planes o solo lo escribiste como un cortito, pero deberías continuar con la historia porque te quedo muy bien.
Erina
QUe linda historia Libertad, creo que deberías seguirla o animarte a escribir otras para el blog, es un buen relato y bien hecho.
ResponderEliminarMe encanto, fue refrescante, creí que iban a volver al campo, pero es cierto lo que dicen, que los chicos se adaptan mejor qeu los adultos y aunque le costo a Santi lo logro.
FELIZ AÑO NUEVO PARA TI
Ginebra
Libertad, qué decirte, en primer lugar, cómo no darme cuenta que con ese nombre sólo podías ser argenta y a mucha honra. En segundo lugar, tu historia aún siendo un cortito me atrapó!!!!!! Y gracias a Pablo por permitirme dar cuenta de palabras como pendejo o pajuerano son propias nuestras de Argentina. Y tercero porfis continúa con esta historia, te gusta detallar los sentimientos de los personajes, sufridos o felices, transmitís perfectamente sus emociones y conflictos internos. Lo hacés perfecto!!!! Felicitaciones. Acá otra mega fans
ResponderEliminarGrace