¡Odio amarte tanto!
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Publicado originalmente en Blog: Travesuras de Cristal amor incondicional en fecha 26 de Julio del 2020.
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Capítulo
9
La
familia Smith
Autora:
Nicole
Neil no quería bajar,
no sé sentía bien, mucho menos después de haber recibido esa paliza de parte de
su mamá, pero ya estaba advertido; sabía que sí no asistía, se metería en más
problemas, su señora madre de una u otra manera aunque a él no le agradara,
siempre buscaba la manera de controlarlo, por más rebelde y cabeza dura que se
portará con ella, al final terminaba haciendo lo que Sarah quería con tal de
que estuviera contenta y no lo fastidiara con nuevas imposiciones.
El muchacho se metió al cuarto de baño para asear su
cara, Sarah lo había hecho llorar bastante y él no quería que se notara su mal
semblante, así que por unos minutos permaneció con sus ojos debajo del grifo, y
después se miró en el espejo, inconforme porque ambas escleróticas lucían
todavía rojas, ahora haciendo juego con sus ojos rojos chocolates, contó hasta
veinticinco tratando de tranquilizarse, no podía ponerse a rabiar, no era el
momento.
No paso tanto tiempo hasta que una chica del
servicio que su madre decidió enviar a su habitación apareció en el marco de
puerta, Neil sabía por qué y para qué estaba ahí, no era la primera vez que
alguien le ayudaba a arreglarse para una “ocasión importante”, claro según
Sarah porque para él, conocer a la familia Smith era una gran pérdida de
tiempo, y en ese momento hubiera preferido que su progenitora olvidara las
costumbres de la gente de alcurnia, y él ignorar su buen gusto por la moda y la
elegancia en el vestir, pues prefería
ponerse el peor atuendo del mundo, de ser preciso destacar como un
indigente para que esa estúpida familia,
se llevaran una pésima impresión de él. Estúpida gente, se repetía una y otra
vez en su mente, y aunque no los recordaba del todo; ya que la primera y última
vez que supo que existían, él solo tenía cuatro años, pero aseguraba que tenían
que ser demasiado estúpidos para forzar un “noviazgo formal” y de buenas a
primeras; conocía los planes de su madre, no podía tramar algo más, que un
compromiso arreglado, ya había perdido la cuenta de las chicas que le había
obligado a conocer para que se olvidará de Candice, que necia era, siempre
queriendo escogerles las parejas no solo a
él, sino también a su hermana, ¡¿hasta cuándo iban a vivir subordinados
a sus decisiones?!, y que tontos eran la tal familia Smith, que le seguían el
juego, no tenían ni la pálida idea en que lío estaban metiendo a su hija, iba a
ser la mujer más desdichada sí la casaban con un diablo como él.
“En cuanto
hagan su aparición, los mandaré a todos al mismísimo infierno”, se decía internamente apretando sus dientes mientras
era atendido por la joven mucama siguiendo las órdenes de su madre, quien les
había enseñado tanto a él como a Eliza, que siempre tenían que ser servidos por
eso se dejaba guiar, por mera costumbre,
sin saber sí en un futuro no muy lejano,
era la vida que quería llevar, de cierta manera había cambiado la manera
en la que veía él mundo, ahora esos detalles le parecían innecesarios, ahora
analizaba, recordando como actuaba Candy, a pesar de ser la consentida del
bisabuelo Williams; poniendo a sus pies todo tipo de lujos, ella mantenía su
esencia, jamás se avergonzó de sus orígenes, actuaba con libertad, hacía lo que
le gustaba, así la criticaran, se sentía orgullosa de ella misma, que chica tan
autentica, eso era lo que lo tenía perdidamente enamorado.
Podía haber otras más hermosas que ella, con más
estatus social, tal vez más femeninas, pero para él, en su corazón, Candy era
la reina, y como siempre, los pensamientos sobre la dulce Candy llenaron su
mente, distrayéndolo por completo mientras la señorita que estaba a su servicio
le preguntaba lo mismo una y otra vez, algo simple; ¿sí quería un traje morado
o prefería el azul?, pero Candy era en lo único en lo que podía pensar o mejor
dicho, en lo que quería pensar; en su belleza, su personalidad irreal, su puro
y noble corazón, sus gestos; su sonrisa, sus expresivos ojos verdes y no podía
faltar su guiño característico, que la hacían ver tan tierna, Neil jamás estuvo
tan impresionado por ninguna otra chica
como lo estaba por la rubia pecosa incluso cuando ponía esa carita de gatita
molesta; como inflaba sus cachetes y sacaba la lengua de manera infantil, hasta
enojada la encontraba linda a la
condenada.
Sus hermosas pecas, su inocencia, su fuerza física y
de carácter, su terquedad; según el muchacho, algunas veces, ella era más terca
que él, y mientras asentía con la cabeza y una mano puesta en el mentón,
continuaba con su interrogatorio interno, que sí: ¿habría llegado a tiempo?, ¿que estaría
haciendo?, ¿habría cenado?, ¿y qué tipo de comida?, ¿qué le
estarían preguntando sus madres del hogar de Pony?, ¿estaría pensando en
él? Candy había reconocido que él, le gustaba, fue el momento más feliz de su
vida, había esperado tanto por escuchar de sus labios esa frase, se sentía
realizado en el amor, ahora más que nunca sentía que podía cambiar, ser un
nuevo Neil, dejaría atrás al niño caprichoso, engreído y malcriado que había
sido hasta el momento y se convertiría en un verdadero hombre para su Candy,
así le costara, así tropezara un millón de veces en sus intentos, lo
conseguiría porque no había nada en el mundo que Neil Leagan no pudiera lograr,
se repetía mentalmente caminando de un lado para otro.
Por su amada rubia, haría lo necesario hasta
enfrentar a todos incluso a su propia
familia, por ella todo valía la pena, por la mujer que le había sacado
más de un suspiro, la chica que le robaba el sueño, esa pequeña e inocente niña que hizo de
él un chico con sentimientos, cuando
había sido él un egoísta, esa que lo cautivó, la que lo hizo vulnerable ante el
amor, aquella que lo descontrolaba, haciéndolo enloquecer de celos, esa dama de
establo, la huérfana, la harapienta, la sirvienta, la gata vulgar como él hasta
hace poco solía llamarla y que por tanto
tiempo había odiado, maltratado,
insultado y humillado vilmente, pero ahora sufría al recordar todas esas
escenas con profunda tristeza y remordimiento. El moreno experimentaba todo
tipo de sensaciones dentro de su ser, llegando a pensar en más de una ocasión
que acabaría trastornado, sí es que no lo estaba ya, eran muchas emociones para
un adolescente de escasos quince años, sin embargo continuaba ansioso y deseoso
del amor de Candy, anhelaba que ella lo amara tanto como él la amaba a ella
porque Neil la amaba aunque a veces la maldijera, le gritara o la tratara con
brusquedad, a su manera muy particular la adoraba con toda su alma, ni la propia Candy tenía idea de esa verdad;
todavía la pecosa creía que el chico solo la quería para satisfacer su
capricho, que ella sería un juguete más de su colección o al menos era lo que
asumía el Leagan como sí él pudiera leerle la mente, pero es que el ser solo su
amigo en el fondo lo mantenía incompleto, sin embargo cualquiera que fuera la
razón por la que Candy no sé
atrevía a dar un paso más con él,
Neil iba a tener que esforzarse mucho más de lo que él pensaba pues
actualmente seguía siendo muy intenso con todo y más todavía en su loco amor
por Candy, desesperado, exigente, impulsivo, posesivo y sobre todo impaciente,
iba tener que aprender a relajarse y controlarse y lo último y no menos
importante, tendría que trabajar duro en él para demostrarle que no era el
mismo Neil que conoció hace unos años atrás,
cuando por primera llegó a su residencia.
Solo actuando de la forma correcta, tal vez podría gustarle más que como un simple amigo, y quien sabe en
un futuro no muy lejano, como a la
persona con la
que ella aceptaría compartir su vida entera porque Neil
así la visualizaba a ella; como su futura esposa, la que aparecía repetidamente
en sus sueños y de diferentes maneras; la dueña y señora de su amor, de su
cuerpo. La única en su vida, su único y primer amor. Ella, la que vivía y
viviría eternamente en su corazón.
- Joven ¿Cuál va a querer? – con paciencia cuestionó por décima vez, volviendo a sostener ambos conjuntos, levantando uno
primero y luego el otro, regresando a Neil a su realidad.
- Eh… sí, el rojo está,
está bien – mencionó
titubeante y sin pensar dejando confundida a la muchacha. Había calmado
sus pies, pero seguía distraído.
- Usted no tiene ningún traje de ese color señorito Neil – le aclaró ella, el adolescente se dio cuenta de lo
que había dicho y se corrigió inmediatamente.
- Tienes razón, ¡no sé qué me pasa!, estoy como sí no estuviera,
es decir no me siento muy bien, pero mejor olvide lo que estoy hablando, creo
que me estoy volviendo loco – decía
moviendo la cabeza de lado a otro, y luego desesperado, se desordenó el pelo
con ambas manos, la señorita solo se le quedó viendo sin pronunciar palabra – Bien, escogeré el azul – habló más tranquilo
Neil, tomando el traje y procedió a vestirse lo más rápido que pudo, luego ella
le arregló la corbata de gatito, lo peino de pie con ayuda de un banquito
porque Neil no quería sentarse y le colocó perfume.
- Listo señorito, quedó muy guapo – dijo ella animada.
- ¡Gracias por todo! – dijo
esa frase no sabiendo por qué se le escapó de la boca, sorprendiendo mucho a la
muchacha que jamás se esperó un gestó así de su parte, Neil antes hubiera
actuado con patanería, quizás la abría largado de ahí o amenazado con hacer que
la despidieran, sí no le servía como él quería. ¿Qué le ocurría a ese niño?
¿Estaría enfermo?, analizaba la empleada en su mente, pero decidió no darle más
vueltas al asunto, era mejor para ella que el joven se portara amable, mejor se
quedaba callada porque esas cosas no se veían todos los días.
- A la orden señorito, estoy para servirle – bajó la cabeza con los brazos cruzados al frente y
las manos una encima de la otra.
- Bueno voy a bajar, sino mi mamá se pondrá histérica otra vez – aseguró él dejando su habitación, bajo las escaleras
y alcanzó la sala.
Sarah y Eliza sonrieron satisfechas al verlo llegar,
los sirvientes habían arreglado la mesa; de forma espectacular, los manteles
más costosos y el centro de mesa más fino fue puesto por órdenes de la señora
Leagan, la cena lucía apetitosa, Neil
ocupó su asiento, y agradeció mentalmente que en su sitio hubieran colocado un
cojín mullido, pero aun así la retaguardia le dolía, que tortura, pensaba el
muchacho. Ojalá que la dichosa reunioncita con la familia Smith terminará lo
antes posible, ya que lo único que él quería era echarse a dormir para soñar
con su adorada rubia de cabellos rizados.
Las invitadas hicieron su aparición, sonriendo
encantadoramente, hablando sobre vestidos, joyas, clases sociales, modales,
vamos tonterías según
Neil, quien por primera vez en su vida, quería pasar desapercibido, pero
su madre le pidió que se levantara de su silla y atendiera
cortésmente a las damas, las cuales estaban ahí por él, al adolescente, no le
hizo mucha gracia el tono como su mamita se lo pidió, pero no le quedó de otra
que acatar las órdenes de su señora madre y con la mirada puesta en el suelo decidió aproximarse
hacía la entrada del comedor dónde estaban las dos féminas junto a Eliza que
conversaba sobre asuntos superficiales
mientras se reía con sorna, sin embargo Sarah solo podía prestar atención a su
hijo, así que sin tomar en cuenta las presunciones de su niña adorada, decidió
observar detenidamente a su pequeño y no le gustó para nada su actitud, la
indiferencia se le estaba notando hasta por los poros.
Sarah temía que a su niño se le metiera el demonio e
hiciera alguna de sus acostumbradas pataletas y se saliera con la suya,
también temía que las invitadas se
dieran cuenta, que fue obligado a estar allí por ella, eso para nada le
convenía, sí se descubría la verdad, no solo ellas, se iban a sentir muy
ofendidas, iban ellos a pasar otra gran vergüenza familiar, no podía
permitirlo, el honor de los Leagan importaba antes que todo incluso que el
dinero, y como Sarah no quería que nada de lo que había cruzado por su
mente pasara, sin pensárselo dos
veces, medio jaló a Neil del brazo y le
indicó que levantara la vista, algo que el moreno hizo en un santiamén, total
no estaba en posición de discutir, conociendo como era su madre de dominante,
no quería que lo hiciera quedar mal delante de un par de perfectas
desconocidas, y fue en esa brevedad que hizo lo que ella le había ordenado,
cuando vio a la chica, la tal Samanta, el Leagan pestañeó un par de veces, un
tanto impresionado, y es que no podía negar que aquella jovencita era muy
atractiva, su largo, lacio y hermoso cabello rubio, sus ojazos azules y una
linda silueta que se dibujaba a través del verde vestido que traía puesto, le
recordó a alguien, pero no, ella no era Candy, frunció el ceño. Definitivamente
su rubia era más bonita, eso estaba más que claro.
Samanta y su madre llegaron solas, la señora se
disculpó por su marido, quien no había podido asistir por estar en Boston en
una reunión de negocios, Neil agradeció eso mentalmente, un entrometido menos.
Sarah las condujo amablemente hacía la mesa, seguida
de sus hijos. Samanta se situó al lado del chico intentando hacerle
conversación, pero este solo contestaba con monosílabos mientras se retorcía en
su asiento, ya ni le importaba que el par de extrañas se enteraran que lo
habían castigado, estaba realmente incómodo por mucho almohadón que le hayan
puesto en su lugar; ambas mujeres preguntaron a Sarah, que le pasaba a su
hijo y sí, siempre era así de tímido, y ella ante esos
comentarios tan indiscretos, solo pudo mentir; diciendo que Neil tenía un tic
nervioso de moverse con inquietud y
constantemente cada vez que se sentaba dónde fuera, el mismo
heredado de su abuela paterna,
sobre lo otro, negó que su hijo fuera cohibido; afirmando, que él era
muy despierto, teniendo razón en lo segundo, pero como sabía que su hijo no
quería cooperar en dialogar, se inventó la mejor excusa, que estaba cansado
porque había estado montando a caballo durante toda la tarde. Eliza la apoyo
como siempre.
La cena transcurrió con normalidad, Neil a pesar de
sus desventajas y ser pariente del
mismísimo Judas, se comportó a la altura, tal como su madre quería o esperaba
que hiciera porque ella bien sabía y reconocía para sí, que su niño, tampoco
era San Agustín, por lo que para un
chico tan díscolo como él, su actual conducta había sido la más aceptable que
pudo mostrar.
Samanta no podía quitarle la vista
de encima a su futuro prometido;
encantada con su belleza física y sobre todo su piel bronceada, Neil por su
parte, aunque obediente, decidió quedarse completamente en silencio, terminando
de comer sus alimentos, la señora Smith hablaba con Sarah y su hija
mientras Eliza no paraba de mencionar
a todos los pretendientes que según ella
la perseguían, pero que ahora tenía un prometido muy guapo, sin llegar a pensar
en comprometerse por lo menos no por ahora, pero que lo haría en un par de
años, a Neil le iba a explotar la cabeza de escuchar tanta palabrería sin
sentido y de repente sin que nadie lo esperara, interrumpió la conversación.
- Mamá, me siento muy mal – dijo cogiéndose el estómago con ambas manos y luego añadió – Fue un placer
verlas señoritas, pero les agradecería, sí no es molestia, que dejemos está
reunión para otro día, por favor, enserio me duele mucho, creo que la comida no
me cayó bien – Sarah lo miró sería mientras fruncía el ceño, lo
conocía muy bien, sabía que era otra más de sus mentiras para escapar de ahí,
sin embargo las invitadas quedaron preocupadísimas con la situación, que Sarah
no sabía qué hacer o decir pues aunque era falso su argumento, resultó más
convincente que cualquier verdad, ella estaba entre la espada y la pared, así
que por una vez más dejaría a ese niño salir ileso, pero en cuanto se marcharan
la familia Smith, arreglaría cuentas con él.
- ¡Ay, qué pena! ¡No te preocupes mi niño! ¡Nosotras igual tenemos
que irnos! ¿No es así Samanta? Tenías practicar en el piano ¿Cierto hijita? – se les ocurrió decir eso a su hija que terminó
dándole la razón, la verdad ninguna de las dos querían incomodar al pobre chico
que había puesto su mejor cara de mártir y permanecía con el cuerpo doblado.
- ¡No quiero que se vayan tan pronto! ¡Además, Neil se pondrá bien
en cualquier momento! ¿No es así hermanito? – intervino Eliza levantándose de su puesto, iba a
poner su última carta sobre la mesa, Neil la miró con rabia, pero cambió
rápidamente su expresión al darse cuenta que las invitadas regresaron a mirarlo
con pesar y Eliza insistió – ¡Enserio, no se
vayan, las voy a extrañar!
- No Eliza, tu hermanito está enfermito, mira nada más la carita
que trae, pobre chiquito – Sarah se
puso muy seria, realmente ese niño era el colmo, la mamá de Samanta se le
acercó y le tocó el cachete derecho con cariño y aunque eso a Neil no le gustó
nada, se dejó pues era parte de su show – Nosotras
también te vamos a extrañar querida, pero te prometo que volveremos muy pronto, no te preocupes guapa
– decía la señora Smith agradecida con la familia Leagan para
terminar de darle ánimos a su futuro yerno – ¡Mejórate
Neil!
- Sí cariño, ponte bien pronto para que salgamos de paseo tú y yo
– opinó Samanta también preocupada por la salud de
Neil y por su puesto deseosa de compartir tiempo con él para conocerlo mejor
– ¡Hasta pronto Eliza y señora Leagan!
- Gracias señora Smith y no creo que me ponga bien tan pronto
Samanta, creo que vas a tener que esperar mucho tiempo hasta que me recuperé y
podamos salir, ay mi estómago, no aguanto el dolor, ahora sí, creo que necesito
un sanitario, con su permiso… – habló Neil ahora cubriendo su boca con una mano, y
manteniendo la otra en su estómago mientras se
retiraba.
- Disculpen a mi hijo por favor, no sé qué pudo haber comido que
le hizo daño, pero estoy segura que la cena no ha sido, aquí se cocina muy sano
y con la debida higiene – empezó a dar
explicaciones para salir del paso, la verdad es que Neil se había pasado con el
teatrito, pero se iba a enterar – Las esperamos
lo antes posible, y espero que mi marido pueda estar presente, ya saben suele
viajar a cada rato – agregó Sarah y procedió a llamar al mayordomo
de la familia – Steward, acompaña a las señoritas
hasta la puerta.
- Cómo usted ordene señora – el nombrado, atendió el llamado inmediatamente – Acompáñenme por favor…
En lo que salían las invitadas de la mansión Leagan,
Eliza se retiró a su habitación y Sara subió a la de su hijo.
Mientras la señora Leagan iba dispuesta a regañar a
su hijo, Candy miraba desde su ventana
el paisaje pues no podía conciliar el sueño; en su mente prevalecía imágenes de los
momentos que había compartido junto a
Neil. Por primera vez, en todo el tiempo que se conocían, ambos habían
podido hacer algo, que no fuera discutir y pelear por lo mínimo, ya que su
relación siempre había sido hostil y problemática, de modo que fue grato para
ella sentir a Neil comportarse bien con ella y aunque seguía siendo exigente por lo menos
había sido amable con ella al
dejarse guiar, que estudiante tan enseñable le había tocado, se decía en voz
alta sonriendo, que caballero había resultado el señorito presumido al querer
acompañarla de regreso a casa, y no esperaba, que su interés en ella llegara al
extremo de desafiar su propia familia, pero siendo sincera, verlo así tan
determinado por ella, fue lo que más le
encantó. Neil en el fondo no era tan
malo como parecía, solo era un chico falto de atención y afecto, reflexionaba
la pecosa sin moverse de su sitio; esa tarde fue una de las mejores que hubiera
tenido, conversar, bromear, divertirse, caminar juntos fue realmente hermoso, que deseaba que se
repitiera otra vez, lo antes posible, ya quería seguir con las siguientes
lecciones de trepar árboles y enseñarle a enlazar, y también por supuesto que
Neil cumpliera su promesa de enseñarle a manejar, que esperaba poder aprender
tan rápido como él y que Neil le tuviera paciencia al instruirla, cerró los
ojos la dulce señorita mientras se le escapaba un suspiro, creando en su cabeza
nuevas percepciones de futuros encuentros.
Y en Lakewood la señora Leagan no paraba de atacar a
su hijo menor con preguntas, una detrás de la otra, el joven estaba frente a
ella, mirándola desafiante.
- ¡¿Cómo te atreves a comportarte de esa manera?! ¡¿Con quién
hable yo antes de la cena?! ¡¿Con la pared acaso?! ¡¿Por qué rayos, todo lo que
yo te digo te entra por una oreja y te sale por la otra?! ¡No has hecho más que
darme dolores de cabeza! ¿Qué tienes que decir sobre la pésima conducta que has
demostrado esta noche? ¡Responde! – fue
lo último que exigió cortando el mutismo de su hijo.
- No tengo ganas de discutir contigo – se cruzó de brazos y le dio la espalda mientras
seguía hablando – ya debes de estar contenta, conseguiste lo que
querías, así que no se para que me reclamas, sí cumplí con tus mandatos al pie
de la letra, ahora déjame tranquilo, que quiero dormir – agregó Neil en un tonito que no le
gustó para nada a Sarah y no demoró en volverlo a reprender.
- ¡Mide tus palabras insolente, que es tu madre a quien le estás
hablando! Y date la vuelta inmediatamente, es de muy mala educación lo que
haces – Neil se giró, mejor cedía, no
quería otra sesión como la que tuvo antes de la cena.
- Sí claro, mi madre – mencionó
con sarcasmo – una madre que solo quiere que
haga lo que a ella se le antoja para satisfacer sus caprichos – añadió él fastidiado, apuntándola con el dedo.
- Neil respétame…
- No madre, respétame tú a mi primero, yo no quiero que me estés buscando prometida, yo mismo voy a escoger la mujer con la que me quiero casar.
- ¡No! porque sí te permito tal cosa, vas a correr detrás de esa
Candy, ya me tienes cansada con lo mismo, entiende que no aceptaré jamás a esa
pordiosera, menos después de la humillación que nos hizo pasar. Además Samanta
es una buena chica, de una familia mejor que la de Candy, es muy linda, tienes
que conocerla, hijo mío, entiende que todo lo que hago es por tu bien, tu
mamita quiere lo mejor para ti, mi muchachito – Al final cambió su actitud hostil por una
conciliadora para ver sí su hijo se rendía ante sus manipulaciones en lo que se
aproximaba a él, con la intensión de abrazarlo como cuando era más pequeño,
pero Neil se lo impidió, haciéndose a un lado.
- No me interesa conocer a ninguna Samanta mamá, entiende que la
única a la que amo es a Candy, ¡¿En que maldito idioma te lo tengo que decir?!
– Lo último lo exclamó ya exasperado.
- ¡Estás imposible! ¡Hasta dónde has llegado por esa estúpida! – se agarró la cabeza mientras botaba el aire.
- Aquí la única imposible eres tú, no entiendo ¿qué rayos, es lo que tienes en contra de Candy?, ¿por qué la detestas tanto?, ¿qué te hizo? Ella no ha sido más que una víctima de todos en esta familia, incluyéndome a mí por supuesto.
- De victima nada, esa siempre fue una intrusa, jamás quise que
viniera, fue tu padre quien se encaprichó con ella para que le sirviera de dama de compañía a tu
hermana, pero gracias al cielo que mi niña jamás aceptó tal cosa – dijo su
madre casi faltándole el aire – Neil recapacita,
Candy no te conviene, haber conocido a esa
mocosa solo nos ha traído desgracias a todos por igual, por su culpa
murió tu primo Anthony.
- ¡Eso no es cierto! – protestó
Neil enojado al escuchar esa última frase – Fue
un accidente, mi primo se cayó del caballo, Candy no tuvo nada que ver en eso,
son inventos de Eliza.
- ¡Ya basta de defender a esa Candy! Ella es la única culpable, ni la tía abuela la soporta y mira cómo te tiene, hasta nos irrespetas a mí, que soy tu mamá y a tu hermana por ella. ¿Y todavía preguntas por qué no la soporto? Neil pensé que eras más inteligente, pero veo que me equivoque, ¡¿Cómo puedes seguir interesado en esa chica de baja categoría?! ¡¿Cómo puedes, después de la humillación pública que nos hizo pasar esa?! Pero, tú con tu tontería de casarte porque según tú, la amabas, por culpa de tus malas decisiones esa maldita huérfana manchó nuestro honor, es que no sé cómo te autorice a llevar a cabo ese supuesto compromiso sin sentido, mejor hubiera hecho caso a tus amenazas y te hubiera mandado a la guerra, era preferible eso, a verte rebajado detrás de esa sucia…
- ¡No insultes a Candy mamá! – Exclamó Neil, interrumpiendo a su madre, otra vez molesto por cómo se
refería a su rubia – Y te guste o no, Candy será
mi novia, así que vete preparando – agregó enérgico.
- ¡Esto es el colmo, verdaderamente! Contigo no se puede, mañana
cuando estés calmado, seguimos hablando. Recuerda que sigues castigado sin
salir, me encargaré de encerrarte bajo llave de ser necesario – anunció ella lista para retirarse a su habitación.
- Enciérrame, haz lo que se te dé la gana, pero no vas a alejarme
de Candy, ¡Escaparé, cuando menos lo esperes! –
gritó una vez que su madre
había salido y se había alejado lo suficiente, después tiró la puerta detrás de
sí, se arrojó violentamente a la cama, acomodándose bocabajo, llorando con rabia hasta que se quedó dormido.
Amaneció, el chico se alistó como de costumbre, le
llevaron el desayuno a su pieza porque su madre dio la orden, no saldría; tenía
que cumplir con el castigo impuesto por su padre en un inicio y que él había
violado. Maldijo mentalmente porque quería aprovechar sus vacaciones al máximo
para conquistar a Candy, que por lo menos había aceptado que fueran amigos, eso
era un gran avance, pero su madre era la primera piedra en el camino, no
soportaba a la pecosa para nada y quizás jamás lo hiciera, pero él, era Neil Leagan, quien no se rendía
tan fácilmente y tal como había gritado a los cuatro vientos, que se escaparía
pues eso pensaba hacer en el primer descuido de su mamá.
Recibió su desayuno, sorprendido de quien se lo
traía, la chica a la cual ayer, le había gritado y sin darle tantas vueltas a
la situación que le estaba perturbando
la conciencia, se disculpó con sinceridad, algo que era la primera vez en su
vida que hacía, pero lo hizo sentir bien consigo mismo y la muchacha se lo
merecía, él había sido muy grosero y ella solo quiso ayudarlo.
La chica se quedó pasmada, ya que no se lo creía, la
verdad es que el chico tenía mala
fama al igual
que Eliza, trataban muy mal al
personal del servicio, en más de una ocasión muchos fueron despedidos por culpa
de ellos, Neil se arrepentía de cómo había sido en el pasado, y tal como se
prometió a sí mismo, enmendaría sus errores, y desde ahora y ese momento, sería
un nuevo Neil por lo menos con quienes realmente no merecían su desprecio.
El jovencito comió de pie, todavía le escocia el
trasero, después de acabar el último bocado, dejó la bandeja arriba de la
cómoda que allí había, se acercó a su escritorio, abrió una gaveta para sacar
una hoja junto con un tintero y una pluma y comenzó a escribir apoyado el papel
en el pupitre, cuando terminó la última palabra, llamó la paloma mensajera,
como había visto que hacía Candy para comunicarse a menudo con su primo Anthony, quien aprendió
de un tal Tom amigo de Candy, que ella consideraba como su hermano de sangre y
con quien convivió sus primeros años de infancia en el orfanato de Pony.
Cuando el ave llegó al balcón le indicó que se
dirigiera al hogar de Pony, esperando que el animal siguiera sus instrucciones
al pie de la letra. El animal se fue con
la carta, pero no habían pasado ni quince minutos y había regresado al balcón
de la recámara de Neil, empezando a dar vueltas en círculos, con la
correspondencia pegada a la pata.
- Estúpida paloma… Te di una orden ¡¿Por qué demonios te devuelves
con la carta?! – olvidándose de su
promesa, exasperado fue tras el ave que estaba cerca de él, pero en cuanto
saltó para atraparla cayó de bruces lastimándose los brazos y los pectorales – Me duele – decía tirado en el piso por unos
minutos y cuando decidió incorporarse la paloma mensajera se posó en su cabeza
y se le hizo encima – ¡Lo que me faltaba! – exclamó
más enfadado y como pudo se puso de pie y corrió al baño para quitarse el
excremento que estaba sobre su cabello.
Neil intentó un par de veces más enviar esa nota,
pero al final no lo consiguió. Pasaron varios días sin saber nada de su rubia
pecosa; preso en su habitación, hasta que se asomó por el balcón, y vio el
cartero a lo lejos, llevaba correspondencia, pero parecía que no había nada
para ellos pues siguió de largo su camino, sin embargo Neil analizó, tal vez si
lo alcanzaba y le pedía el favor que entregará su carta al hogar de Pony, había
escrito una más extensa y explicita que las anteriores, manteniéndola guardada
en una cajeta, en un escondite, dónde nadie pudiera leerla, ya que no podía
fiarse ni de su madre, ni de su hermana; con ambas todo el día encima de él,
estaba completamente asfixiado;
prácticamente no tenía privacidad, así que la había ocultado muy bien
para sacarla cuando se presentará la oportunidad de escapar del encierro en el
cual permanecía sometido y de esa forma, poder hacérsela llegar a Candy.
La tan anhelada ocasión había llegado con el cartero
que había caído del cielo y a quien él,
le pediría su ayuda, vaya también
por primera vez en su vida iba a solicitar amparo a alguien de menor rango que el suyo. Eso en el
pasado no se lo hubiera permitido jamás, reflexionaba el moreno que quiso
saltar del mirador hacia el suelo en lo que miraba la altura, quitándole las
ganas de hacerlo, pero luego se dijo: es ahora o nunca, estaba encerrado, no
había manera que pudiera salir por la puerta de habitación hacía la principal.
Le echó otro vistazo a su única opción, se tragó la saliva y con la misma el
miedo e hizo lo que tenía pensado hacer desde la charla que sostuvo con su
padre, así que guardó la carta doblada en uno de los bolsillos de su pantalón,
luego cruzó la barandilla, y sin pensarlo más se tiró.
- ¡Ahhhh!, ¡ahhhh! ¡Me duele!, ¡me duele! – decía agarrándose como podía el brazo izquierdo junto con su costado que fueron las zonas que recibieron el impacto del golpe al caer, pero los huesos de la rodilla derecha y parte de la columna vertebral se resintieron de igual manera, que el chico, creyó que no podría levantarse del suelo y así fue como perdió de vista al cartero quien se había alejado lo suficiente, el señor Witman, que vio a Neil regado en el piso, rápidamente fue a socorrerlo.
- ¡Señorito! ¡¿Qué le paso?! ¡¿Se encuentra usted bien?! – preguntaba preocupado el jardinero, intentando ayudarlo a incorporarse, pero el muchacho no
cooperaba, no porque no quisiera, la cuestión era que el dolor le resultaba
insoportable.
- Duele, duele mucho, creo que me quebré el brazo, las costillas y
me partí la columna – aseguraba
describiendo su sentir con lágrimas en el borde de los ojos, que inmediatamente
se deslizaron por sus mejillas, todavía sin poder cambiar de movimiento.
- Llamo a su mamá entonces… – sugirió
amablemente, pero a Neil no le gustó mucho la idea.
- NOOOO, ya me siento mejor, es decir ayúdeme usted a ponerme de
pie… por favor, le prometo que está vez,
pondré de mi parte, pero no llame a mi mamá y tampoco me deje solo por
favor – Pidió el adolescente,
enfatizando en el por favor mientras lloraba como un niño pequeño, al señor
Witman le dio mucho pesar verlo así, y siguiendo su orden, que más bien sonó a
suplica, lo ayudó gentilmente a levantarse pues no quería que el muchacho se
hiciera más daño del que ya se había hecho y Neil con la ayuda del jardinero y
también con su esfuerzo exhaustivo y lastimoso, consiguió por fin pararse del
suelo, apoyándose en el sirviente que no se separó de él ni un instante y de
esa manera, con Neil cojeando con su cuerpo doblado, ambos caminaron hasta la
residencia, a paso lento pues el dolor lo tenía palpable, intentando mantener
con su brazo que parecía estar en mejores condiciones, el
lastimado junto a su costado.
Al alcanzar la entrada principal, se topó con quien
menos quería en ese momento, su señora madre…
- Neil, hijo ¡¿Qué estás haciendo…?! ¡¿Por qué vienes con…?! – Las preguntas quedaron en el aire al percatarse del
estado de su hijo, dando paso a la preocupación –
¡¿Qué te paso?!
- No me pasa nada mamá, solo fue un accidente – mencionó él con dificultad, intentando inútilmente
sonar como si no le daba importancia a lo que le había pasado y aguantándose
con empeño las ganas de volver a lamentarse, pero Sarah vio su semblante, sus
ojos rojos y las marcas de las lágrimas que minutos atrás habían recorrido su
cara, y como era de esperarse no le creyó y haciendo caso omiso a lo dicho por
su hijo, caminó con la intención de agarrarlo.
- Witman haga el favor de retirarse – ordenó ella, pero el jardinero no se alejó, no por
querer llevarle la contraria, simplemente el muchacho no se podía sostener por
él mismo.
- Witman, le di una orden. ¡Obedezca! – insistió mirándolo seria.
- No puedo señora, el señorito no puede caminar por sí solo – aclaró
él un tanto nervioso, pero no dejaría a su amo por nada menos al saber cómo
estaba, así fuera despedido por no seguir las demandas de su superiora. La
señora no creyendo nada de lo que dijo el sirviente, decidió aproximarse a su
hijo.
- ¡No diga tonterías! A ver Neil, déjame ver – tiró de él, sin medir bien su fuerza lo que provocó
un gritó ensordecedor de parte del muchacho que terminó asustándola no solo a
ella, sino también al jardinero.
- Lo siento mi niño – empezó
a sobarle el área afectada para después
exclamar alarmada – ¡Por Dios Santo Neil!
¡¿Qué te has hecho?! – Y Witman iba a comentar algo, pero conociendo
a su patrona como era, prefirió callar.
Neil se quedó callado, en lo que unas gotitas de
sudor aparecían de repente en su cara, clara muestra de nerviosismo. Sin saber,
sí confesaba la verdad o no, por la mirada que le lanzó su mamá, era mejor la
segunda opción, pero también la conocía, estaba seguro que sería descubierto en
menos de lo que él, se lo esperara, y aunque sabía que por su condición actual,
su madre no lo azotaría, pero ya luego tendría que pagar por su intransigencia.
El chico se mantenía en mutismo absoluto hasta que su madre le habló con más
firmeza.
- ¡Neil habla! – El chico tragó en seco mirando a Witman que solo se
limitó a poner una sonrisa de comprensión dándole apoyo mental y Neil como si
le leyera el pensamiento comprendió lo que el jardinero quería decirle con su
gesto, así que levantó la mirada en dirección a su madre y comenzó a hablar.
- Me caí mamá, me caí del balcón, me duele mucho, es cierto lo que
dijo el señor Witman, no puedo moverme por mí mismo porque cada pequeño paso
que doy incluso con ayuda es lacerante, por favor mamá deja que el señor Witman
me ayude a llegar a mi cuarto, por favor te lo ruego mamita – admitió con voz entrecortada, temor y sin poder retener más las enormes
ganas de volver a llorar, pero por otra parte,
sintiéndose bien por dentro porque había actuado honestamente.
- ¡¿Cómo que te caíste del balcón?! – Preguntó
la señora Leagan abriendo mucho los ojos, eso que había dicho le pareció lo más
irracional que sus oídos habían escuchado.
- Sí mamá, me caí porque
estaba practicando para la clase de actividad física, para cuando regrese de vuelta al colegio
– se le ocurrió inventar eso mientras las lágrimas salían de sus ojos
incontrolables, cayendo otra vez en la deshonestidad, pero es que sí le decía que era por Candy, lo iba
a retar todo el día y la verdad solo quería recostarse hasta que el dolor le
pasara o por lo menos se aliviara aunque fuera un poco.
- ¡Qué practicando, ni que nada! Después vamos a hablar seriamente
tu y yo – decía ella, ya que esa
explicación no la convencía – ¡Steward!
¡Steward! – gritaba ella para
que el mayordomo apareciera.
- Dígame señora ¿que se le ofrece? – preguntó cordialmente como siempre.
- Acompañe al niño a su habitación y luego va por el botiquín a mi
cuarto, cuando lo tenga listo todo, me llama – mandó la señora Leagan y antes de retirarse a su cuarto agregó – Witman ya puede retirarse, Steward se encargará del
resto.
El mayordomo se acercó al jardinero tomando a Neil
con cuidado en sus manos, para seguidamente con la misma precaución cargarlo,
colocándolo en su espalda esperando que al muchacho le doliera lo mínimo y se
sintiera lo más cómodo posible, y una vez que se alejaron ambos fue que se
retiró Witman, ya más tranquilo, sabía que el señorito Leagan era fuerte y
seguro se recuperaría pronto, se fue con ese pensamiento a seguir con sus
funciones cotidianas.
Unos minutos más tarde, Neil estaba acostado en su
cama tapado con unas sábanas hasta la altura del pecho, Steward le había
revisado el brazo y aunque le dolía, para suerte del muchacho solo estaba
magullado y al parecer su costado no parecía estar roto, le hizo unos masajes
para aliviarle un poco y luego le dio una pastilla, una especie de calmante
para el dolor, que el moreno tomó obedientemente. La rodilla y parte de la
columna seguía molestándole un poco, pero como el mayordomo no era médico,
prefirió no meterse en esas áreas que eran de sumo cuidado en la anatomía del
ser humano, ya verían como evolucionaba el chico con el pasar de las horas o tal vez un par de
días, y sí seguía con molestias pues lo más sensato sería llevarlo al hospital,
le explicó a la mamá que estaba parada a su lado cerca de la cama donde yacía Neil.
- Todo está perfecto señora, el joven solo debe descansar un rato,
y en un par de horas o cuando mucho un par de días, se pondrá bien – aseguró él sonriendo amablemente.
- Está bien – dijo ella al
mayordomo y luego se dirigió a su hijo – Descansa
y sobre todo duérmete Neil, cuando te recuperes conversamos porque tenemos
mucho que hablar – aseguró
con seriedad, el adolescente asintió, después de volver a mirarlo, salió de
ahí.
- Señorito sí se le ofrece algo, no dude en llamar.
- Gracias Steward, enserio gracias por todo – mencionó el Leagan y el mayordomo también se retiró.
Bueno creo que Candy esta enderezando a pasos agigantados a Neil, y eso es bueno quien sabe y termina enamorándola y si no lo logra, hara de él un hombre de bien, jajjajaj.
ResponderEliminarMUchas gracias linda por tu hermoso relato, siempre me deleto leyendo aunque no siempre comento por falta de tiempo.
Muchas gracias por seguir esta historia marambra, me encantan todos los pretendientes de la pecas, desde el deslumbrante Anthony, luego el rebelde Terry, el chico despreocupado de anteojos y muy tierno Stear e incluso el frindzoneado, siempre elegante con su costosa camisa de seda, siempre romántico y atento con la rubia, al que sí nunca vería de pareja de ella es al señor Albert, para nada me gusta ese shippeo, sorry por las Albertfans. Pero tengo que confesar la verdad, Neil es mi placer culposo y creo que detrás de toda esa maldad algo debe de tener bueno o por lo menos con la ayuda de Candy está saliendo a relucir su lado muuuuy en el fondo amable, nadie es 100% malo y nadie es 100% bueno.
EliminarEl de la camisa de seda es Archie jajaja.
ResponderEliminarLo bueno que su papá no vió como se aventó del balcón que si no le hubiera tocado probar el cinturón jajaja...
ResponderEliminarLa señora me cae muy mal la verdad porque afuerza quiere comprometer a su hijo con otra!!
Me gusta tu historia amiga aunque no tenga muchos diálogos pero es muy buena y así conozco la serie 😅
Jajajaj en ese tiempo los compromisos eran en su mayoría arreglados jajajaj y pues como a la señora de la casa no le gusta la pecas, pues prefiere a su hijo con otra chica pobre Neil , haber que hace para impedir eso.
EliminarY sí, el papá no se entero porque anda todavía por New York.
Me alegro que te guste jejeje.