Mi vida, mi fortuna
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Publicado originalmente en Blog: Travesuras de Cristal amor incondicional en fecha 26 de Enero del 2017
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Prologo
Autora:
Angie
Alejandra:
C
uando creí que el amor no me iba a sonreír y que jamás tendría la
familia que desde los 15 años había soñado, el día menos pensado la vida me
mostró que todo puede cambiar para mejorar.
Todo comenzó
9 años atrás cuando fui a un chequeo médico de rutina y resultó que mi médica
llevaba varios días enferma y en su reemplazo habían nombrado a un médico muy
simpático de unos 37 años, recién llegado a la ciudad. Apenas entre a la
consulta por mi parte fue amor a primera vista; yo creo que tampoco le fui
indiferente, porque como debí someterme a un tratamiento preventivo, el muy
cordial (o galán) me dio su número de teléfono personal, por si se me ofrecía
algo. Y así entre llamada y llamada, visita y visita, consulta y consulta nos
ennoviamos y finalmente nos casamos.
Un año
después Dios nos bendijo con Gabriel, un hermoso pequeño de pelo castaño y tez
blanca, nuestra alegría y nuestra razón de ser. Cuando pensábamos que no había
felicidad más grande, 2 años después llegó mi pequeña traviesa Valentina. Ahora
sí, mi familia estaba completa.
Para evitar
los celos que se pueden presentar entre hermanos, Gabriel estuvo presente en
todo lo que tenía que ver con su hermanita. Desde el principio los dos fueron
nuestros hijos favoritos, Gabriel nuestro hijo favorito y Valentina nuestra
hija favorita. Tratamos, en lo posible que no hubiera preferencias.
Es que
tanto Samu como yo tenemos hermanos y por experiencia sabemos cómo son los
hermanos y qué teníamos que evitar las peleas entre ellos. Por eso también
evitábamos compararlos y los tratábamos a cada uno como seres independientes. Y
eso funcionaba casi la mayoría del tiempo.
Tanto
Samuel como yo fuimos criados a la vieja usanza, es decir con el cinturón como
protagonista cada vez que nos metíamos en problemas; y los gritos el pan de
cada día. Y era el miedo a ser castigado por el que preferíamos mentir hasta el
último momento o culpar a otras personas, en lugar de reconocer nuestros
errores y afrontar las consecuencias.
Fue
precisamente eso lo que hizo que en nuestra casa el protagonista fuera el
diálogo y no se gritaba casi por nada. Y aunque al principio funcionaba todo, a
medida que los peques fueron creciendo, también fue necesario implementar otras
medidas para mantener el orden.
En casa hay
3 reglas fundamentales:
- Decir siempre la verdad. Pase lo que pase
- No hacer pataletas o berrinches
- Promesa es deuda, es decir, si prometemos algo sea un premio o un castigo lo cumplimos.
Al
principio cuando alguno de nuestros hijos tenía un berrinche o se metía en
problemas, simplemente lo sentábamos en la “silla de reflexión” un minuto por
cada año cumplido, o le quitábamos por un tiempo las caricaturas, el postre o
el cuento antes de dormir. Y eso funcionó por un tiempo hasta que, a Gabriel,
con 6 años, lo inscribimos en el colegio grande, ya cuando hubo terminado el
jardín de infantes.
Gabriel
siempre fue amoroso con su hermana, llegaba del jardín y se ponía a jugar con
ella hasta que llegábamos Samuel o yo para ayudarlo con sus tareas. Con la
entrada al colegio se volvió un poco más egoísta y ya no tan cariñoso, no solo
con Valentina sino con todos en general.
Una tarde
cuando llegué de trabajar el panorama que había en mi casa era muy raro.
Gabriel estaba sentado en las piernas de papá sollozando, y Valentina estaba
sentada en el piso mirando a Samuel y a Gabriel lloriqueando un poco.
- ¿Pasó algo? – pregunté un poco desconcertada
Al verme,
Samuel le dio un beso en la cabeza a cada uno de mis hijos, y los dejó
recogiendo los juguetes del cuarto, mientras con una mirada me decía que lo
esperara en la afuera. Una vez me alcanzó me contó lo sucedido…
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