El juvenil
corazón de aquel muchachito latía a mil por
hora ya no de acelerado sino de perdido en los sentimientos encontrados que se
hicieron una chipazón (enredo) en su cerebro; Sebastián había enterado aquella
mañana los 14 años, él, que era todo
risas y gritos, saltos y hurras, con el pelo revuelto y la ropa medio sucia de
jugar futbol en el patio y demostrar su talento aquel con heriditas que
adornaban sus codos, sus rodillas negras de tierra o algunos hematomas en la
canilla de las patadas durante el juego, ahora mismo con la tristeza a cuestas
encajaba recién con aquel lúgubre pasillo por el que caminaba a paso lento,
parco e indeciso hacia el ala oeste de esa residencia que parecía a esas horas
un inmenso sepulcro donde se podía oír incluso a las moscas respirar, la temida
ala oeste área de las oficinas del director, los aposentos de los frailes de
celda y de la sala disciplinaria a la que se enviaba sobre todo a los alumnos
mayores de 14 años o a algún tremendo revoltoso cuya falta amerite un soberbio
escarmiento como si se tratara de una carta de amenaza previa a la expulsión, y
aquella tarde Sebastián fue confinado justamente ese lugar.
Y
a medida que avanzaba a cada paso que daba su cerebro le reprochaba la visceral
previa reacción y se arrepentía de haber abierto la boca como lo hizo… ahora
solo quedaba cumplir la tácita orden dada, seguramente soportar estoicamente y
luego regresar a su habitación o al aula de castigos para recibir la penitencia
de tareas extras y continuar su vida limpiándose la cara y sonriendo para
disimular el mal trago… porque claro, una cosa era imaginar y fantasear con
aquello y otra vivirlo en carne propia, y ahora pensaba cuantas noches en la soledad
de su habitáculo había él, acariciado en su mente la negra hora de ser
castigado, había imaginado que su padre se hacía cargo de sus malos modos,
imaginaba a papá blandiendo el cinturón y descargando aquellos dolorosos
cintazos en su trasero y no en el de su hermano mayor y los lloros no serían de
aquel sino suyos, lo mismo que el consuelo; sí, parecía raro pero el fantaseaba
con la idea aquella de ser azotado, nunca vio a su padre en tal tarea, solo oyó
una vez tras la puerta el peculiar ruido que hace el cuero al chocar con la
carne desnuda y los sollozos apagados de su hermano que mordía la almohada,
nada más, nunca vio su piel, nunca vio el castigo, solo oyó dos cintazos y se
marcho al patio a jugar, sin entender
hasta ahora de que se trababa aquello, pues aquel entonces Sebastián tenía
apenas 4 años de edad.
Y
cuando se quedo a vivir para siempre bajo la protección de las gruesas paredes
de piedra de este colegio monástico donde todos son iguales, empezó a imaginar
que su padre estaba vivo y se hacía cargo de su persona, y que lo amaba
incondicionalmente pese a las patrañas, y el recuerdo de aquel peculiar ruido
en la habitación de su hermano hoy fallecido empezó a hacerse recurrente y
empezó a poner atención en los detalles del cotidiano vivir de sus compañeros
de aula y colegio que se quedaban bajo la tutela de los frailes de la orden
Calixtina, detalles que iban más allá del uniforme, más allá de los cuadernos
limpios, de formarse en filas impecablemente vestidos con el austero azul y
blanco, detalles como los ojos rojos, los pasos solitarios de muchachos que
iban cabizbajos al ala oeste de aquel
edificio, detalles como los murmullos susurrantes cuando ese alguien volvía
después de una hora y se recluía a sus habitaciones, sin salir para nada mas…
todo eso empezó a despertar su curiosidad y al mismo tiempo le generaba un
conflicto interior, sentimientos encontrados entre el morbo, la curiosidad, el
miedo, el ansia e incluso la excitación… pero bueno, ahora estaba frente a una
escena poco peculiar donde el protagonista seria su pobre trasero; tendría la
atención, sí, la atención de alguien que se ocupa de corregir, sin
necesariamente amar y por ende entendería y aprendería en carne propia lo que
era ser castigado, pero solo viviría el dolor y nada más; era lo que había y
con lo que tenía que luchar.
Era
una tarde cualquiera en aquel internado del prestigiosos colegio de San
Calixto, la orden Calixtina tenía en aquel pueblito una monstruosa construcción
estilo barroca a la que asistían como internos alumnos cuyos padres no tenían
la posibilidad de cuidarlos por el trabajo o les era difícil mandarlos a diario
al colegio por las largas trayectorias a recorrer, pero para Sebastián, el
colegio aquel era su único hogar, había perdido a sus padres y hermanos hacia
como 4 años y ahora con 14 estaba bajo el cuidado de dicha orden religiosa,
jamás plantearon entregarlo a los servicios sociales, así que el padre Andrés
director del colegio y el médico de aquella institución el doctor Joaquín
Torrente se ocupaban de cubrir sus necesidades…… sobre todo este último.
Aquella
peculiar mañana Sebastián despertó como siempre con la sonrisa más hermosa
dibujada en los labios, el Dr. Torrente ingreso a su habitación temprano, el
tenía una habitación minúscula pero privada que no tenía que compartir con
otros muchachos, los monjes y el médico habían convenido darle un espacio no
importaba reducido pero que lo considere totalmente suyo donde poder tener las
pocas pertenencias de sus padres que se pudieron salvar del incendio donde
fallecieron.
Apenas
abrió los ojos Joaquín, el doctor y amigo suyo le entrego una cajita, era su
regalo de cumpleaños, le había comprado un móvil que tenia juegos incorporados para
que se distraiga ya que solía quedarse completamente solo en las tardes, además
que Sebastián le agradaba mucho y sentía un infinito cariño por él.
- Feliz cumpleaños gorrión, toda promesa es deuda y yo te
acabo de pagar – le dijo dando un beso en la cabeza
azabache y lisa del crio, le había prometido que si sacaba encima de 7 en
biología le compraría el juego aquel – diviértete pero
no saques esto al patio, es para ti en tus ratos de ocio espero que hagas un
buen uso de él, no se te ocurra llevarlo a clases bueno? Podemos tener
problemas tu y yo por este juego
Sebastián
no contesto nada, simplemente sonrió de oreja a oreja y se tiro a los brazos
protectores de aquel hombre que sin querer empezó a velar por sus sueños, y se
ocupaba de ver sus notas, ayudarle en el recreo o en la tarde con sus tareas,
fijarse si necesitaba ropa… casi siempre había ropa a medio uso para él, pero
Joaquín sin hacer mucho caso a los frailes se declaro proveedor del chico y le
compraba ropa no de marca ni ostentosa pero digna, no quería que se hicieran la
burla, y ni que decir cuando enfermaba, estaba siempre allá para él sea la hora
que sea…
Pero
como todo niño empujado por la alegría, por el ego y la vanidad Sebastián llevo
el móvil al curso sacándolo s la hora del recreo e hizo gala de él en el patio
donde uno de sus compañeros se lo arrebato y no lo devolvió ni en las clases
siguientes, y viendo que el teléfono iba de mano en mano y traspaso las
fronteras del aula para ir parar a un curso superior y no pudiendo encontrar su
regalo, se vio enredado en una enorme trifulca de proporciones épicas,
enfadado, frustrado y abrumado repartió puñete tras puñete y patada tras patada
a su compañero de aula logrando que sangre la nariz; la bulla, los vitoreos y
demás alertaron a los maestros y en un no muy escueto interrogatorio Sebastián
fue señalado por todos y cada uno de los 25 dedos acusadores de su aula que lo
apuntaron como el que trajo el juego en horas de clase y el que rompió la nariz
de su compañero.
El
estado de nervios fue tal que al pobre le vino un ataque de vomito
incontrolado, lo mandaron a la enfermería para ser tratado y apaciguar su temor
antes de devolverle a la realidad con un severo castigo, y allá en la
enfermería lo atendió la señora Ninfa,
una mujer mayor bastante seria y muy metida en lo suyo, Sebastián de buena fe creyó
que encontraría a Joaquín en el consultorio, y no solo eso sino su apoyo moral,
pero el destino cruel le jugó una mala pasada, Joaquín no estaba, estaba en una
reunión poco convencional con un abogado de litigio familiar apurando unos
papeles que tenían que ver con la de adopción de nada menos que Sebastián; es que el destino quiso que aquella mañana de
recibir regalos no solo fuera para el niño sino también para él, un destino
empujado por el padre Andrés que hace algún tiempo contemplaba la relación y el
interés que este buen hombre tenía hacía Sebastián, y unas 2 semanas previas lo
había sorprendido con la interrogante de porque en vez de mimarlo a escondidas
y velar a medias, no lo adoptaba.
- Anda Joaquín… si se nota que quieres al niño, ¿por qué no
nos haces un favor a todos, y lo adoptas? –
le
pregunto con una sincera sonrisa – así el tendrá un
padre ejemplar, tu un hijo que te adora y nosotros tendremos paz por saber que
alguien velara por este niño – hablo con voz suave y pausada como
todo en él – tu sabes que nosotros somos aves de paso,
si la orden me lleva a otro destino, no me quedara más remedio que dar parte a
las autoridades y Sebastián pasara a manos del estado – y Joaquín
sintió un nudo en la garganta – si eso pasa, no
sabremos nunca qué rumbo tomara aquello, se lo llevaran y no tendremos
oportunidad de saber más de él – agrego triste, pues llevaba días
pensando en esa posibilidad hasta que hoy por fin se había fijado en lo que
muchos frailes ya comentaban – si tú te animas yo puedo hablar con la abogada que
trabaja junto a nosotros en casos como estos y tendrías los papeles legalmente
establecidos y él pasaría a tu entero cuidado como tu hijo y tu serias su padre
ante los ojos acusadores de los hombres, que ante los amorosos de Dios ya lo
eres…
Aquella
frase fue más que suficiente, en su corazón sabía que era su papá, el no era
casado pese a tener ya 34 años, no tenía intención de ello aún, se pasaba
larguísimas horas en el colegio durante las mañanas y 2 tardes porque luego
trabajaba en un centro médico particular, vivía sin muchos gastos pero tampoco
para decir a las justas en un pequeño piso alquilado, pese a que él tenía una
pequeña casa con un patio y jardín herencia de su abuelo en una pequeña ciudad
cercana, por eso acepto trabajar allá, la localización le facilitaba el poder
viajar cada fin de semana si quisiera, fue en ese ínterin que conoció a
Sebastián cuando éste perdió a sus padres; y se encariño prácticamente desde un
inicio y ahora estaba a punto de ser oficialmente el padre del crio aquel,
ojala él niño lo acepte pensó, y el fraile calmo sus ansias diciendo que
Sebastián era un niño cuyo corazón estaba justo en el límite de lo adaptable, y
que además se veía que el rostro del muchacho se iluminaba nada más verlo.
Mientras
todo esto pasaba, pensando en que quizás Sebastián a estas horas este jugando
con el móvil alegre, el crio aquel que le robaba una sonrisa nada más
pronunciar su nombre estaba ahora mismo en la camilla de su consultorio con
vómitos y dolor en el estómago por calambres de lo nervioso que estaba, lo
había llevado el padre Albino regente del cole, bastante joven, era un cura
recién ordenado pero muy estricto para ser tan joven, los chicos solían decirle
fray limón por amargado, apenas entro los calambres en el vientre volvieron y
se agarro la pancita afligido, buscando con la mirada a Joaquín.
- ¿Y Joaquín? – pregunto con la más
lastimera voz que podría tener, en su pequeño corazón pensó encontrar el
consuelo de mirarlo y contarle lo que paso
- El Dr. Torrente, no Joaquín que no es de tu edad chiquillo,
no está en el colegio – contesto
cortante Ninfa mientras acomodaba con el padre Albino al muchacho sobre la
camilla y le iban desabrochando el cinturón y aflojando la bragueta, y tocando
la frente, estaba caliente, parecía que tenía algo de fiebre – Abre la boca Sebastián sabes cómo es esto muchacho – agrego
Ninfa sacando un termómetro oral, pero la verdad es que él no lo sabía – quédate quieto que solo serán unos minutos – y lo ayudo
a ponerse cómodo sobre la camilla y tras los 3 minutos de rigor apenas elevo
décimas en contraste con su piel – dónde te duele Sebastián – pregunto
la enfermera mirando el termómetro que marcaba ocho decimas encima de lo normal
- Es mi barriga –
se
quejo y ella tras examinarlo, la sintió bastante caliente y con ruidos raros
- MMM no me gusta cómo suena quizás estas por agarrar una
diarrea – murmuro – bien, date la vuelta y bájate el pantalón un poco
Sebastián, voy a volver a tomarte la temperatura para estar más segura –
le ordeno
- ¿Pooor queee? –
sus
ojos se abrieron como platos al oír la orden de Ninfa, sabiendo de antemano lo
que venía, la temperatura rectal
- Tu vientre está muy caliente y está sonando raro – le explico
empezando a empujar el muchacho sobre la camilla quitando el ruedo de la camisa
que obstaculizaba, esperando que de verdad se baje un poco el pantalón
cubriéndole con la sabanilla para resguardar su pudor
- Pero yo no quiero – gimió en un casi
imperceptible susurro sintiendo un nudo en el estómago, el odiaba todo, pero
todo lo que se refería a medicina, todo menos a Joaquín
- SILENCIO – declaro el padre Albino
regalándole un sonado palmetazo sobre a ropa al ver que él crio estaba por
hacer una pataleta que no le convenía y que además estaba por atajar sus ropas – no estás en condiciones de reclamar nada – le
advirtió el monje, ayudándolo con la ropa – así que tu
calladito a hacer caso y aguantar ¿entendido?
Y
el silencio fue la mejor respuesta, el
sabía cómo era el código de los frailes y con los frailes, sumisión total,
obediencia absoluta y mirada clavada al suelo, no eran malos con él ni con
nadie en particular pero de haber oído por los pasillos susurros y ver en las
esquinas o en los baños gemir a los muchachos mas grandes sabía que podían ser
muy severos y se andaban sin contemplaciones cuando la razón lo ameritaba y la
razón siempre era encausar a los críos en el buen camino de la disciplina y la obediencia pero el consuelo era algo que
allá no cabía y los sollozos se iban derritiendo en las esquinas o en las
duchas donde nunca pasaba desapercibido un trasero marcado pero nadie osaba
burla en los labios porque la suerte era ciega y bien podía ser hoy tu mortal
enemigo y mañana tu mismo.
- Auuu – se quejo suavecito al identificar al
invasor ingresar y cerró los ojos de vergüenza, lo peor de todo era que ninguno
de sus verdugos se movía de allá lo que provoco un sinfín de arcadas y ganas de
vomitar y por ende se movía involuntariamente
- Plaf, plaf, plaf quieto ahí
La
voz de fray limón invadió sus oídos que se estaban adaptando al peculiar ruido
del que fue protagonista su diminuto trasero, era la primera vez que le sobaban
unas palmadas, él particularmente no había sido disciplinado por nadie y aunque
a veces fantaseaba con la idea era por curiosidad, por querer saber que se
sentía, si era para tanto como para llorar en los rincones o no poder sentarte
cómodamente; es que muchas veces había visto a sus compañeros que ocasionalmente
se frotaban vigorosamente el traste inconscientemente ajenos a las curiosas
miradas que él solía echar pensando con que los azotaban como para que anden
por ahí con los ojos rojos, pero todo eran muy raro, muy
guardado….¡¡misterioso!!, todo era muy secreto, un secreto a voces entre los
chicos de cursos superiores sobretodo.
- Hay una pequeña febrícula, creo que más bien es su estado
nervioso – dijo la enfermera tras retirar el termómetro de un
crio que no dejaba de ver que todo le daba vueltas y su estómago era un nudo
apretado y la boca se llenaba de saliva que no podía tragar y a su vez
aumentaban sus arcadas
- Y como no, si está metido en un buen lio, pero, ¿ahora qué?
– interior del muchacho salvaguardando su
virtud
- Pues, habrá que darle un antiemético antes de que se ponga a
arrojar – dijo Ninfa empezando a buscar los cajones – vaya, solo quedan los inyectables y supositorios que
dejan de muestra los visitadores – dijo sacando ambos en la mano – no hay ni una sola tableta – anuncio mirando a Sebastián que para ese rato
le vino un horroroso mareo
- Me duele la cabeza y mis manos están con hormigas – se quejaba más blanco que un papel y los
ojos rojos, empezando vomitar menos mal en el cubo vacio que ahí había
- Voy a tener que pincharte Sebastián – anuncio Ninfa – pero antes voy
a pesarte para calcular bien – y dicho y hecho… lo peso, preparo el
vial y le indico tumbarse de nuevo, mientras Sebastián sentía mil mariposas de
nervios en el estómago y las manos adormecidas
- MI estómago da vueeeltas, agg –
se quejo con una franca arcada, pero sin vomitar nada, ya había vaciado su
pobre estómago
- Bueno ya se te quita en un rato Sebastián ahora arriba de
nuevo y a bajar la ropa si, será un ratito nada mas – y
volvieron a desvestirlo y ponerlo boca abajo – no
te muevas va a doler un poco – dijo
el padre Albino y Sebastián vio todo negro de la impresión…
A
partir de ahí todo fue muy incomodo, vergonzoso y confuso para él, el padre le
bajo la ropa hasta media asta y sujeto sus manos por detrás para que no se
mueva inmovilizando con Ninfa además sus piernas, es que era de conocimiento
previo no solo del personal de salud sino de los frailes, que Sebastián le
tenía pánico a las agujas, y solía luchar uñas y dientes y Sebastián solo gemía
y sentía que las lágrimas se le caían por el rostro, y fue entonces que noto un
importante detalle: la soledad de aquel recinto; sin Joaquín en su escritorio,
los olores se hicieron más profundos pero menos tolerables sin el dulce aroma a
cedro que despedía su colonia que a él tanto le gustaba y que a veces el doctor
le ponía en sus mejillas los lunes de izar la bandera y entonar el himno
nacional como un saludo a toda la semana, ahora su nariz estaba irritada de
llorar y de percibir los olores reales de un consultorio antiguo, era el olor a
lo impoluto, de total limpieza, olor a Lavandina (legía), cloro, alcohol, yodo,
olor a la estufa de esterilizar, era como que aquellos aromas peculiares
hicieran además juego con el color, todo blanco que bañaba desde las paredes
hasta la enfermera y el cura con su hábito del mismo tono, él y pocos objetos
eran el detalle de color, se fijo en su traza con sus pantalones azules ahora
bajo su rodilla junto con el calzoncillo rojo y las medias negras, se fijo en
el piso gastado en las gradillas blancas, en la sabanilla blanca debajo de su
cuerpo, de pronto solo oyó su respiración más acelerada, casi jadeante de
miedo, y no solo él sino la enfermera y el padre Albino…
- Respira hondo Sebastián – le ordeno Ninfa
mientras el cura le dio su mano para que la apretara de ser necesario
- AHHHHH AYYY – grito
despavorido cuando se le clavo la aguja, aquello fue a traición
- Ya Sebastián, no es para tanto
Le
dijo Ninfa como siempre, claro como no le dolió a ella que le importaba y
Sebastián se quedo sobre la camilla sollozando mientras Fray Limón y Ninfa volvieron
a sus actividades cotidianas, dejándolo solo para que se reponga, pasando buen
rato antes de que Sebastián se percate que
no había nadie, la enfermera y el fraile lo habían abandonado sobre la
camilla tapándole con una manta sin siquiera subirle la ropa, al parecer se
había quedado dormido gimiendo pues el reloj marcaba nada menos que las 4 de la
tarde, se perdió toda la clase de música, es más era la hora de terminar las
clases, indeciso no supo qué hacer si vestirse o quedarse ahí, al final
aburrido y avergonzado de estar sin ropa se vistió rápidamente en eso ingreso
el padre Albino.
…El
padre con aquella orden que hizo de su pobre estómago otro nudo.
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Los derechos de autor de este texto pertenecen única y exclusivamente a su autor. No pudiendo ser publicada en otra página sin el permiso expreso del mismo.
Publicado originalmente en Blog: Travesuras de Cristal amor incondicional en fecha 20 de Abril del 2016.
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